Soy Jorge Pérez Montes.
Me gustaría poder contar cosas como que nací a orillas de un volcán, como con tanta elegancia describiría Vargas Llosa su lugar de nacimiento, Arequipa. Pero no. Nací, como casi todo hijo de vecino, en un barrio obrero de una gran metrópoli.
Contar que a los cuatro años ya tocaba el clavicordio y componía obras completas como hacía Mozart. Pero no. Empecé con el violín a los 8 años y antes de terminar el año, mi madre cesó definitivamente en su empeño de convertirme en el Paganini del siglo XX. Mis continuas amenazas con estampar el violín contra la pared la terminaron de convencer.
Y, cómo no, contar que compré mi primera acción con 12 años como hizo Warren Buffett, el que para mí es el mejor inversor de todos los tiempos, no solo por las altas rentabilidades obtenidas durante más de 50 años (21,6% anualizada y 1.826.163% acumulada), sino por la facilidad y claridad con la que analiza las distintas empresas y situaciones económicas. Pero tampoco fue así.
Lo único que recuerdo de mi infancia relacionado con el mundo de la inversión es que, teniendo 8 ó 10 años, vi una vez en la televisión la película “Treding Places”, protagonizada por Dan Aykroyd y Eddie Murphy. La película comienza con la discusión entre dos viejos ricos, propietarios de una importante empresa americana de brokers, sobre si la causa de que una persona sea pobre o rica es el origen social y la educación o, si en cambio, es cuestión de genética. Para corroborar sus teorías hacen una apuesta para lo cual cambian los destinos de dos personas socialmente antagónicas. Por un lado un erudito de alta cuña (Dan Aykroyd) y por el otro un vagabundo sin estudios (Eddie Murphy). El caso es que, de lo que recuerdo cuando la vi siendo un niño, es cómo el vagabundo se hacía rico en bolsa de la noche a la mañana a costa de desplumar a los dos avariciosos hermanos ricos.
-¡Fácil! -me dije-. Cualquiera puede hacerse rico en eso que llaman “la bolsa”, pues de lo único de lo que se trata es de ser más espabilado que los ricos para poder arrebatarles su riqueza.
El siguiente paso fue acudir a mi padre. Una persona que había sacado tan espectaculares notas durante toda su vida escolar, hasta tal punto que mis profesores aún le recordaban 25 años después. -Las comparaciones son odiosas -les contestaba. Físico de carrera y persona altamente inteligente tenía que saber del tema.
-¿Qué es la bolsa? -le pregunté. La respuesta aún la recuerdo hoy:
-Es un sitio, pero no un lugar físico, sino algo así como virtual, no real, donde la gente compra y vende acciones de empresas.
A la pregunta de qué eran las acciones no me supo responder con claridad, yo al menos no lo recuerdo así, pero ante mi pregunta de por qué hacían eso de comprar y vender, respondió de forma clara y tajante:
-Para especular, hijo. Tratan de vivir a costa de los demás sin trabajar. Es una especie de lotería en donde ganan los que tienen información privilegiada, los ricos. Por eso los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. O sea que olvídate de esas cosas, lo que tienes que hacer en la vida es estudiar mucho para labrarte un buen futuro.
Aunque pueda parecer algo anecdótico, la idea de que la bolsa es una mera lotería está, lamentablemente, ampliamente extendida en nuestra sociedad, pero trataré este tema en un artículo aparte.
No fue hasta pasados casi 20 años, cuando tuve mi primera experiencia como inversor en el mercado bursátil. Fue a los 27 años y os daré unos minutos para adivinar en qué año entré…
¡Bingo! A mediados del 2008, justo antes de que explotase la burbuja inmobiliaria y financiera más grande desde el crack del 1929. Unos minutos más para que adivinéis qué acciones compré…una pista, España, año 2008…energías renovables…
Sí, ya sé que lo fácil habría sido el sector inmobiliario, pero es que las renovables, aparte de que estaban también muy moda y de que contaban con un futuro igual de prometedor, tenían la ventaja de que no solo ibas a forrarte, sino que de paso ayudarías a la sociedad, al “bien común”, contrarrestando el cambio climático.
Compré acciones de Gamesa a unos 30€ y, unos años más tarde, ya habían perdido más del 90% de su valor en bolsa.
Ni que decir tiene que, a la hora de elegir esas acciones, no tuve en cuenta ni el balance de la empresa (valoración de los activos, deuda, patrimonio neto…), ni los beneficios reales del año anterior y del año en curso, ni mucho menos los flujos de caja.
Compré las acciones simplemente porque estaban “de moda”. Tenían excelentes perspectivas y todo el mundo (expertos en bolsa, bancos, prensa, fondos de inversión…) hablaba bien de la empresa. La recomendación era unánime: “FUERTE COMPRA”.
El bofetón de realidad me alejó de los mercados bursátiles hasta hace escasos 2 años. No me preguntéis como, pero navegando un día de verano por Internet, llegué a una conferencia dada por un tal Francisco Garcia Paramés en un sitio llamado “Instituto Juan de Mariana”. El nombre me pareció sectario, el sitio cutre y el sonido pésimo…pero el conocimiento transmitido, de un valor incalculable. Usando unos sencillos razonamientos pero cargados de una lógica aplastante me dejó asombrado a la par que agradecido y con unas tremendas ganas de profundizar en el tema.
Dos palabras: value investing
Sin ánimo de que parezca un anuncio del teletienda, ¡me siento como si hubiese descubierto el santo grial! Y lo que más increíble me parece es que, siendo licenciado en Administración y Dirección de Empresas, empresario y lector habitual de prensa económica, haya tardado tanto en descubrirlo. Claro que, si yo, con todos los años de estudio de economía, del mundo de la empresa y de las finanzas que tengo a mis espaldas he tardado tantos años en darme cuenta de que la bolsa no es un juego de suma cero (al menos no a largo plazo) y mucho menos una lotería, pues no tiene tanto de suerte como de ciencia (precio y valor tienden a converger a largo plazo), ¿qué podemos esperar de cualquier otro ciudadano que ni tan siquiera haya recibido una mínima formación en finanzas?
Peluqueros, camareros, bomberos, abogados, policías, informáticos…¿cómo convencerles de que la mejor forma de asegurarse una más que aceptable jubilación, especialmente teniendo en cuenta el fatal destino que le espera al sistema de reparto público de pensiones, es invirtiendo en bolsa a largo plazo en un fondo de inversión que lleve a cabo la metodología del value investing?
Y la pregunta del millón de dólares: si tanto la teoría como los datos históricos (recogidos durante más de 85 años) demuestran que el value investing funciona, ¿por qué no lo aplica todo el mundo?
Según Charlie Munger (socio de Warren Buffett), para quien el value investing consiste en invertir en negocios que podamos entender, que cuenten con una serie de características intrínsecas que les proporcionen ventajas competitivas duraderas, que estén gestionados por directivos honrados y con talento y, por supuesto, que sean negocios que podamos comprar a precios razonables, el motivo por el cual no se ha extendido su uso, es porque es muy simple. Es tan simple que, al no poder justificarse los elevadísimos sueldos de los profesionales del mundo de la inversión (no pocos), nadie tiene incentivos a promocionarlo.
Para mí, aunque el razonamiento de Munger guarde un poso de verdad, el hecho de que el value invesing sea una metodología de inversión completamente minoritaria se debe a que, aunque sea muy simple, no es nada sencillo y, o uno tiene las ideas muy, pero que muy claras, o con este método (como con otros muchos), se puede llegar a perder bastante dinero (trampas de valor, falta de liquidez, miedo, dudas…). Además, por lo general, el value investing obtiene sus mejores resultados a largo plazo y ese largo plazo puede llegar a ser demasiado largo para quien no tenga la paciencia suficiente.
Explicaré mi visión detallada sobre el value investing y la de algunos conocidos profesionales en nuevos artículos.